Aquí estoy, una vez más: observando el mar. Recordando cosas que nunca viví.
Y dudando de la capacidad que tenemos los humanos como principales
responsables de la sostenibilidad de la vida en la tierra.
Y mientras la parte más humanamente racional de mi ser, piensa en:
Las tristes lágrimas de las nubes; que lloran los desperdicios evaporados de
los humanos.
Hielo de milenios, que no fue generado en un refrigerador, volverse agua en
décadas.
Océanos… Oohhh los océanos que con su imparable proceso cíclico, día tras
día, le cuesta más respirar por los microplásticos que se homogenizan con
ellos cada vez más.
Animales inocentes, cuya fauna ha sido arrebatada; que no entienden qué
está pasando.
Bosques enteros, que a paso lento y despreocupado, caen.
La insostenible migración de especies a un ecosistema al que no pertenecen.
La inaudita decadencia de la temperatura a nivel mundial.
La intoxicación del oxígeno que comparto con 7,752,084,547 humanos y
8.700,000,000 especies terrestres no humanas.
Pero, hay otra cosa. La parte emotiva, espiritual, cálida y amorosa. Es esa
parte de mi que, por alguna razón que no puedo explicar, tiene esperanzas, y
me hace pensar en:
Aplicación total de: energía eólica, fotovoltaica, hidráulica, termoeléctrica,
biomasa.
Automatización de procesos sustentables.
Más aplicación de las R ‘s: Reducir, reutilizar, reparar, reciclar.
Calles libres de plásticos, desechos y contaminación.
Playas libres de tiburones que están hartos de tragar plásticos.
Escuchar el cantar de más aves y menos motores mecánicos.
Coches eléctricos y bicicletas.
Conservación de los bosques que se talan para hacer bombonas de oxígeno,
oxígeno que era infinito en los bosques que destruyeron.
Más preocupación por especies en peligro de extinción.
Más empresas interesadas en la supervivencia colectiva y no solo en sí
mismas.
Menos publicidad consumista y más conversaciones sobre cómo evitar un
desastre natural.
Más ahorro y conciencia de parte de cada ser humano.
Más… Más adaptación.