En las reuniones estatutarias del Movimiento de la Cruz Roja y de la Media Luna Roja, celebradas recientemente en Ginebra (del 18 al 23 de junio de 2022), se hizo referencia en repetidas ocasiones a la actual preocupación por el impacto del cambio climático y a la importancia de atender la situación cuanto antes.

Las alarmas han sonado, reflejando los hallazgos presentados en la revista semanal de The Guardian del 20 de mayo de 2022, en la que se informaba de que «una docena de las mayores compañías [petroleras] del mundo están en camino de comprometer un gasto colectivo de capital de 387 millones de dólares al día, para explotar campos de petróleo y gas hasta 2030». Entre estas compañías se encuentran Shell, Chevron y BP.

También se han intensificado las advertencias del Secretario General de las Naciones Unidas, que declaró: «Invertir en nuevas infraestructuras de combustibles fósiles es una locura moral y económica». Podemos convencernos de que todo esto parece «catastrofista», pero el número de quienes forman parte del «tribunal de la opinión pública» sigue creciendo. Hay una variedad de organizaciones de la sociedad civil y de individuos que han estado reuniendo recursos, colaborando y difundiendo datos científicos objetivos sobre las consecuencias humanitarias del cambio climático.

Sin embargo, las soluciones prioritarias para hacer frente a los impactos deben prestar mucha atención a las personas más vulnerables, para que nadie se quede atrás. El apoyo debe ampliarse para mejorar la resiliencia de las comunidades por medio de la adaptación, con una inversión significativa en la reducción del riesgo de desastres (DRR, por sus siglas en inglés). De hecho, se ha sugerido que algunos de los recursos que hoy se destinan al desarrollo de armas nucleares y nuevos sistemas podrían redirigirse a programas basados en la comunidad, así como a la mejora de las «capacidades preventivas de la gestión de riesgos» y a las mujeres, los jóvenes y los grupos indígenas.

En los últimos años, en la región del Caribe hemos tomado conciencia de los efectos de la crisis climática, por lo que hemos trabajado arduamente para reunir e identificar recursos, reclutar a defensoras y defensores del clima, y difundir información relevante. También hemos sido sensibles a nuestras similitudes y diversidades históricas, socioeconómicas y culturales. Estas fueron tomadas en cuenta a la hora de examinar la justicia climática.

Las inversiones confiables y consecuentes, las estrategias de prevención y adaptación, el compromiso de las comunidades y la resiliencia, entre otros procesos, nos guiarán en nuestro intento de superar las consecuencias del cambio climático. Es posible, pero todas y todos debemos poner manos a la obra para contrarrestar los constantes ataques contra el único medio ambiente que la mayoría de nosotros conocerá.

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