Crecí en Antigua y Barbuda, y me acunó la abundancia y el calor de mis islas. El sol siempre se abría paso entre las nubes, incluso cuando la lluvia susurraba entre las hojas. Los mangos colgaban pesados ​​de los árboles, dulces y dorados, mientras que el anón, la guayaba y el tamarindo tentaban nuestras papilas gustativas en todas las estaciones. La Tierra parecía rebosar de regalos: si plantabas una sola semilla, la tierra te devolvía mucho más de lo que habías pedido. Nuestro cálido y rico suelo no era solo un lecho para cultivos; era el hogar de mariposas, escarabajos y pequeños milagros que hacían que mi infancia pareciera una eterna búsqueda de tesoros.

En aquellos días, yo sabía que amaba la Tierra, pero a menudo me preguntaba: ¿la Tierra nos ama también? La Tierra parecía una vieja amiga, generosa y amable, que ofrecía regalos en abundancia: tierra cálida bajo mis pies, el canto de las olas y la magia de la vida brotando del suelo. A medida que fui creciendo, me di cuenta de algo aún más profundo: el amor de la Tierra no es solo pasivo. Es una relación activa y recíproca, y nosotros también tenemos un papel que desempeñar en su cuidado. Esa reciprocidad o “retribución del amor” estaba entretejida en cada aspecto de la vida, desde las frutas que recolectábamos hasta la brisa que refrescaba nuestra piel bronceada. Este día de San Valentín se lo dedico a mi abuela, por ayudarme a reconocer y honrar esta conexión desde que era niña.

Mi abuela, maestra tanto en el aula como en la vida, me mostró cómo se ve ese amor en acción. Aunque a veces podía ser estricta, asegurándose de que aprendiéramos de nuestras materias, también enseñaba a través de gestos silenciosos de generosidad y cuidado. Cada día de San Valentín en nuestra casa no se trataba de tarjetas con forma de corazón o regalos comprados en tiendas, se trataba de comunidad. Ella preparaba pasteles, dulce de azúcar con pedazos de flor de jamaica, y metía pequeñas mentas en nuestras mochilas escolares para compartir con los compañeros de clase. Estos pequeños actos no eran solo dulces; eran lecciones de amor y reciprocidad. Ella me mostró que el amor crece cuando se comparte, al igual que los regalos de la Tierra se multiplican cuando cuidamos la tierra.

A través de su sabiduría, aprendí que el amor no es un recurso finito. Al igual que la Tierra, prospera cuando se nutre y se transmite de generación en generación. El conocimiento, las recetas, las historias, estas son formas de amor que nos sostienen. Las enseñanzas de mi abuela se convirtieron en parte de lo que soy, dando forma a mi manera de ver el mundo y mi lugar en él. Preservar este conocimiento y compartirlo, especialmente en un día como San Valentín, es mi manera de honrarla a ella y a la Tierra que nos sostiene.

Al pararme sobre esta base, me siento empoderada para llevar adelante estas lecciones. El amor no es solo algo que recibimos; Es algo que cultivamos activamente. Está en la forma en que cuidamos de nuestras comunidades, el medio ambiente y de nosotros mismos. El Día de San Valentín es un hermoso recordatorio de que el amor es abundante y la generosidad es una de sus expresiones más poderosas.

En ese espíritu, me encantaría compartir con ustedes una receta familiar de Sorrel, una bebida de hibisco rojo brillante que es refrescante y simboliza el amor y la calidez que celebramos hoy. Aunque el Día de San Valentín es solo un día, mi abuela siempre hacía esta bebida adicional y la guardaba con cuidado para que pudiéramos saborearla hasta bien entrados los meses de primavera. Si pueden conseguir algunos pétalos de hibisco, les animo a probar esta receta y saborear un poco del amor caribeño.

Receta de Sorrel de la abuela:

Ingredientes:

  • 2 tazas de pétalos secos de hibisco (flor de jamaica)
  • 1 cucharada de jengibre rallado
  • 4-5 clavos de olor
  • 1 rama de canela
  • 5 tazas de agua hirviendo
  • 1-2 tazas de azúcar (al gusto)
  • 1 cucharada de jugo de lima
  • (Opcional) Un chorrito de ron para los adultos

Instrucciones:

  1. Lava bien los pétalos.
  2. En un tazón grande, combina los pétalos, el jengibre, los clavos de olor y la canela.
  3. Vierte agua hirviendo sobre la mezcla y déjala reposar durante la noche.
  4. Cuela el líquido a través de un colador fino o una estopilla.
  5. Agrega azúcar y jugo de lima al gusto, revolviendo hasta que se disuelva.
  6. Enfría en el refrigerador y sirve con hielo.
  7. ¡Agrega un chorrito de ron si tienes ganas de celebrar!

Mientras bebes, recuerda que el amor está en cada gota, desde la Tierra que cultivó la acedera hasta las manos que la prepararon. Este día de San Valentín, celebremos no solo el amor romántico, sino el amor que nos une a nuestras comunidades, a nuestros antepasados ​​y a la tierra misma.

Somos amor. Mientras apreciamos la Tierra, debemos saber que la Tierra nos ama a nosotros.

Feliz día de San Valentín desde la Red Caribeña por el Clima. El Caribe me ama y yo amo al Caribe. Disfruta este día con calidez en tu corazón y dulzura en tu lengua.

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